LA ESTRELLA DE BELÉN
Sección: Anales del Registro Askásico
por Sixto Paz Wells
Sección: Anales del Registro Askásico
por Sixto Paz Wells
"Nacido, pues Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde esta el rey de los Judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y venimos a adorarle" (Mateo 2,1-3)
Era la tercera semana del mes de Marzo del año 7 antes de nuestra Era en la región de Judea. Empezaba a calentar el ambiente, y ya los pastores sacaban su ganado de noche aprovechando el alejamiento de los fríos invernales. Hacía tan solo unas horas que toda una familia se había refugiado al amparo de una gruta utilizada para resguardar el ganado del viento. El jefe de familia era un hombre anciano. Un Ebanista residente en una pequeña población de la Galilea donde la mayoría de las personas pertenecían a la secta de los Esenios*. Ella, la madre gestante, era tan solo una adolescente. Acababa de cumplir sus catorce años y ya estaba esperando un hijo cuya concepción estaría envuelta en el misterio para todos, pero no para ella que había aceptado ser fecundada a distancia por una insólita luz. Los demás eran los hijos del primer matrimonio de aquel patriarca viudo, que había aceptado, propiamente había sido obligado, a desposarse con la joven por indicación de los sacerdotes del templo de Jerusalén, que con ello deseaban tan solo protegerla, en lo posible, de su propio destino.
Ellos sabían que aquella virgen había sido predestinada para una gran misión. Sus primeros años en el templo, donde había sido dejada por sus padres para el servicio, habían sido acompañados por toda suerte de hechos prodigiosos a su alrededor: esferas luminosas, proyecciones de seres de luz, levitación, visiones, etc.
El cansancio y los dolores de parto se estaban intensificando lo que había apurado a aquel pequeño grupo emparentado por las circunstancias, a buscar refugio para recuperar fuerzas. El haberse detenido les había impedido alcanzar la cercana población de Belén, cuna del Rey David. La noche ya estaba cayendo y era peligroso continuar.
Angustiado por los requerimientos de atención de la joven, el anciano carpintero José, como era su nombre, envió a algunos de sus hijos a buscar una partera a Belén. Paso un largo rato y como no volvían, la urgencia lo hizo que enviara al resto para acelerar la llegada de la comadrona. Se quedó así solo con la parturienta, solo para ser testigo de eventos extraordinarios... En su desesperación, aquel hombre justo que había tenido que soportar todo tipo de habladurías y hasta el juicio de los sacerdotes por hacer caso a una visión en sueños donde se le pidió aceptar un Plan Superior en torno a la extraña concepción, salió afuera de la cueva y se puso a mirar a la distancia, y luego, ligeramente más relajado, al cielo. Allí contemplo la presencia de un hermoso lucero en el luminoso cielo estrellado. Pero éste lucero no se mantuvo quieto, sino que empezó a hacer toda suerte de movimientos en zig-zag; y luego se colocó en la vertical donde él se encontraba, empezando a descender vertiginosamente acompañado de una explosión, liberando un extraño vapor a manera de niebla, transformándose rápidamente en una nube, pero clara y brillante.
La caída de aquel cuerpo celeste fue demasiado para el anciano que huyó sin rumbo fijo, alejándose del lugar, llegando precipitadamente a unas colinas cercanas donde había divisado un fuego encendido. Allí se encontraban un grupo de pastores cerca de sus animales. En su angustia ni siquiera se presentó, sólo quería llamar su atención para que vieran como la nube había descendido sobre el improvisado albergue de la gruta. Aún no había recuperado el aliento ni se había calmado del primer susto cuando al hablarles a gritos a aquel grupo de hombres rudos, observó que las flamas del fuego estaban quietas, el viento se había calmado, los pastores estaban estáticos, inmóviles y el ganado tenía la hierba en la boca pero no la estaba comiendo ni se movía. Era como si el tiempo se hubiese detenido para dar cabida a una nueva realidad, la de la esperanza. Se había formado un portal hacia la cuarta dimensión. En ese instante era como si el universo hubiese descendido en la Tierra como comprimiéndose sobre su cabeza y dejando a continuación solo una ventana hacia la nada o hacia el todo. El susto fue mayúsculo para el anciano José que inmediatamente recordó haber dejado sola a Myriam, tal era el nombre de aquella joven y delgada mujer. Por lo que volvió por donde había venido tan rápido como se lo permitían sus cansadas piernas. Al irse acercando pudo contemplar como de la nube que se mantenía como a unos diez metros por encima del suelo, pero cubriendo la mayor parte de la cueva, descendió un haz de luz azul brillante y a través de él, bajaron tres seres luminosos de apariencia humana, pero muy altos en comparación de los extranjeros que solían venir por los caminos de aquella provincia romana. Aquellos hombres de resplandecientes túnicas blancas se dirigieron directamente hacia el interior de la cueva, y José, venciendo sus miedos, fue detrás de ellos. Dentro estaba Myriam acostada sobre la paja que servía de granero al ganado. Ella recibió con expectación y alivio a aquellos enviados del cielo. La carga de la responsabilidad y de la incomprensión de los demás a lo largo de los meses después de que se conoció su embarazo habían sido insufribles. Pero ella confiaba de que llegado el momento sería reconfortada. El mismo nacimiento de Myriam había sido preparado desde lo Alto, al ser ella hija de padres estériles, fueron estos aleccionados por los visitantes del cielo, advirtiéndoles de la importancia de quien sería su hija.
Dos de los luminosos seres se colocaron a los lado de la joven, mientras que el del medio se mantuvo frente a ella. Inmediatamente los tres visitantes se inclinaron ante ella en señal de respeto y reconocimiento de su persona y su sacrificio. Ella estaba representando y a la vez encarnando a la nueva mujer, a la nueva Tierra, a la madre cósmica. Ya no era Raquel la estéril, era ahora Myriam la Virgen**.
Aquellos que se encontraban en los laterales extendieron sus manos a cierta distancia por encima del vientre de Myriam, mientras que aquel que se encontraba al frente lo descubrió respetuosamente. Luego alzó sus manos, juntando las palmas y separando los dedos. En ese momento una poderosa energía a manera de esfera de luz se concentró entre las manos y al descender con ellas hacia la joven postrada, efectuó una cesárea totalmente aséptica, extrayendo del interior de la madre al niño predestinado; cortando de inmediato con la misma energía movilizada el cordón umbilical y procediendo de inmediato a limpiarlo para depositarlo luego en los brazos de la madre. Luego, aquel que llevó a cabo la operación selló la herida con la luz, de tal manera que Myriam, la virgen del templo fue virgen antes, durante y después del parto.
Fueron entonces estos seres estelares los primeros en rendirle homenaje a aquel que teniendo el mismo nivel que ellos, llegaría a ser más que ellos***.
Pasaron dos años en que la familia debido al portento vivenciado en el lugar se había radicado en Belén. Fue entonces que llegaron a Judea los llamados magos de oriente, miembros de una secreta orden mundial positiva conocida como la Hermandad Blanca de los Retiros Interiores****. Ellos venían siguiendo una misteriosa estrella, que no era otra cosa que una nave portadora de los mensajeros del cielo, de los ángeles de antiguo, la que terminó deteniéndose sobre el lugar donde la familia vivía. Hasta allí fueron aquellos hombres santos que habían partido hacía dos años desde Mesopotamia después de haber realizado toda suerte de cálculos astrológicos. Venían trayéndole al niño objetos que le habían pertenecido en su vida anterior, los cuales él pequeño Yeshua*****, tal era su nombre, pudo reconocer sin dificultad de entre otros más atractivos. Fue suficiente los cálculos y las sincronías para saber que él era el enviado, el liberador, el Mesías esperado; aquel ungido desde antiguo para sacar a la humanidad del único original pecado que la humanidad arrastra, que es la ignorancia.
Los Magos Maestros a continuación entregaron a la familia recursos económicos para que se pudieran radicar en Egipto durante algunos años, para preservar así la vida del niño. Después de esto, alabaron a Dios y se regresaron por otro camino concientes de que se había iniciado un Tiempo Nuevo lleno de esperanza, y que algún día la humanidad lo entendería y asumiría el reto de su propia cristificación.
La familia abandonó sigilosamente Belén y la provincia, trasladándose a Alejandría en Egipto, ubicándose al lado de los esenios alejandrinos conocidos como los terapeutas, donde permanecieron hasta que el niño cumplió los cinco años de edad, considerando entonces el momento de volver y estableciéndose por espacio de un año en una tienda de beduinos al lado del monasterio de Qúmram a orillas del Mar Muerto.
En aquel desértico y místico lugar, el pequeño niño crecía día a día en bondad y en sabiduría...
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