Anécdota del Talmud
“Un padre millonario se está muriendo y le dice a los hijos que cuando se muera les va a dejar dos cartas. Cuando muere el papá, los chicos lo lloran, abren la carta 1 que decía: ‘Quiero que me entierren con las medias blancas.’”
Así es que los hijos van al rabino y le dicen, “papá se murió y nos dejó esta carta que quiere ser enterrado con las medias blancas”, entonces el rabino les dice que no es posible porque el ritual no lo acepta, sólo se puede enterrar con la mortaja.
Los chicos se van llorando, abren la carta 2 y en esta carta decía: “¿Vieron hijos?, ni mis propias medias me pude llevar… Y esto es lo que les quiero transmitir, me llevo los recuerdos que sembré en ustedes y ustedes en mí. Esto es lo más valioso que les puedo dejar como herencia. Cultiven las buenas experiencias.”
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El alma vino a encarnar por un rato, vino a adquirir experiencia.
Todo lo que tiene nombre y forma es ilusión, porque dura un rato. Todo pasa. Todo cambia constantemente. Jamás te vas a llevar nada que tenga nombre y forma.
Con cuerpo y sin cuerpo lo único permanente es la consciencia.
Lo que somos es lo que nos llevamos del otro lado.
Es erróneo buscar una serie interminable de deseos externos.
El hombre piensa que cuantos más bienes materiales tenga más feliz será, pero los desengaños y los problemas aumentan en la misma medida que los deseos. Por eso, debemos limitar nuestros deseos, apegos y ambiciones. El mundo sufre de numerosas dificultades porque la gente no pone límites a sus deseos.
Todos los objetos del mundo están sujetos a cambio, todos los seres vivos deben morir algún día, pero los ideales y los objetivos sagrados establecidos en los corazones humanos brillan para siempre.
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