En el momento de la muerte, el Alma, el Espíritu, vuelve al mundo que había abandonado momentáneamente, pero conserva su individualidad, nunca la pierde.
Al irse del mundo material, el Alma, lleva consigo el recuerdo y el deseo de ir a otro lugar mejor. Aquel recuerdo es grato o desagradable, según el uso que se haya hecho de la vida, y mientras más pura es el Alma, mejor comprende la futilidad de lo que deja en la Tierra. De ésta manera el Alma entra en la vida eterna, no el cuerpo que tiene una vida transitoria y pasajera, cuando el cuerpo muere el Alma entra en la vida eterna.
La separación del Alma y cuerpo se opera gradualmente y no vuela cómo un pájaro prisionero al que de súbito dejan en libertad. Los dos estados se tocan y confunden, de modo, que el espíritu se desprende poco a poco de los lazos, que se sueltan y no se rompen.
Durante la vida, el espíritu está ligado al cuerpo por la envoltura semimaterial y la muerte no es más que la destrucción del cuerpo; pero no la segunda envoltura que se separa de aquel. La observación prueba que en el instante de la muerte, el desprendimiento de esa envoltura semimaterial o periespíritu no es completo; sino que se opera gradualmente y con lentitud que varía en los individuos. En unos es bastante rápida y puede deducirse que con pocas horas de diferencia, el momento de la muerte es también el de la emancipación; pero en otros, sobre todo en aquellos cuya vida ha sido completamente material y sensual, el desprendimiento es mucho más lento y dura a veces días y semanas, lo que no implica al cuerpo la menor vitalidad ni la posibilidad de regreso a la vida, sino una simple afinidad entre cuerpo y espíritu; la cual está siempre en proporción a la preponderancia que, durante la vida, ha dado el espíritu a la materia.
En el momento de la muerte el Alma siente como se rompen los lazos que la unen al cuerpo, y entonces pone todos sus esfuerzos por romperlos completamente; según como haya sido su comportamiento en la vida material, se avergüenza de las cosas que ha hecho o encuentra alivio al dejar el cuerpo porque no tiene nada que recordar.
Al recorrer el túnel de luz el Alma es recibida por familiares y amigos que salen a recibirlo a la entrada al mundo espiritual, y lo ayudan a separarse definitivamente de la materia. Ve también a muchos a quien había perdido de vista durante su permanencia en la Tierra.
En el momento de la muerte, todo es al principio confuso y el alma necesita algún tiempo para reconocerse, pues está como aturdida y tratando de explicarse su situación. La lucidez de las ideas y las memorias del pasada le vuelven a medida que se extingue la influencia de la materia. La duración de esa turbación es variable puede durar minutos, horas, días, semanas o meses; y presenta circunstancias especiales, según el carácter de los individuos y sobre todo la clase de muerte.
En las muertes violentas (accidente, suicidio, etc.) el espíritu está sorprendido, admirado y no cree estar muerto; ve, sin embargo, su cuerpo, sabe que es suyo y no comprende que está separado de él; se acerca a las personas a quienes aprecia y no comprende porque no lo oyen. Lo que aumenta su ilusión es verse con un cuerpo semejante al anterior y cuya naturaleza etérea no ha tenido tiempo de estudiar aún; lo cree sólido y compacto como el primero que tenía y se sorprende de no poder palpar. Se da el caso de espíritus que asisten a su entierro como al de un extraño, hasta que comprende la realidad.
Libro de consulta: “El libro de los espíritus” de Allan Kardec
Fuente: http://www.quintahumanidad.blogspot.com/
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